28 de marzo de 2016

LOS SÍMBOLOS DEL BOSQUE


El bosque posee una entidad propia, susceptible de ser estudiada desde una perspectiva científica. En este sentido entendemos el bosque como un ecosistema particular conformado por todas las plantas, animales y microorganismos que lo componen (factores bióticos) y que interactúa junto con los componentes carentes de vida o factores abióticos, es decir aquellas cualidades físico-químicas del medio, donde el bosque se desarrolla. Salvo cada vez más aisladas excepciones, los bosques no se hayan ajenos a la actividad humana. Desde tiempos inmemoriales la humanidad se ha servido del bosque para su supervivencia y su crecimiento tan es así que, en cierto sentido, podríamos considerar que la humanidad misma es el resultado del bosque en que una vez se originó.

La interrelación humanidad-bosque viene desde muy lejos, la historia del hombre se entrelaza con la historia de la vegetación hasta el punto que muchas veces nos es difícil discernir sus límites. Puede, y a esto nos dedicaremos en esta serie de artículos, que la vegetación sea una forma de explicarnos a nosotros mismos, a través de una multitud de símbolos, tan estrecha es la relación entre la humanidad y su cuna de verde floresta. El árbol mismo es un símbolo del ser humano, quizá el más antiguo de todos los símbolos. Son numerosos los pueblos que reconocen la existencia de un árbol ancestral como su antepasado común, quizá ello se deba a esa serie de paralelismos entre el árbol y el hombre, porque un líquido recorre a ambos, a ambos los sujeta un tronco, y basta levantar los brazos para constatar que son ramas que se proyectan al universo mientras que las piernas son raíces firmemente ancladas al suelo.

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La iconografía nos ha traído bellísimas imágenes sobre esta relación tan particular y simbólica, posiblemente una de las más representativas sea la imagen arquetípica del “Green Man”, el hombre vegetal que adorna los capiteles de numerosas iglesias románicas, pero cuyo origen trasciende el cristianismo. Se trata de una figura antropomórfica con la particularidad de que su rostro está o bien rodeado, o bien directamente formado por hojas, existen diversas variantes, en algunas de las cuales el misterioso personaje incluso presenta abundancia de frutos. A pesar de esa aura de misterio que le envuelve algo no obstante, sabemos de él, surgió de forma espontánea en diversas culturas a lo largo del tiempo y muy posiblemente esté relacionado con antiguas deidades vegetales paganas, se le considera como un símbolo del renacimiento de la naturaleza, una interpretación del movimiento cíclico de las estaciones en su obstinada recuperación de la vida. Pocas palabras tan hermosas en castellano como primavera: “el primer verdor”.

Volveremos a la imagen del “Green Man” en sucesivos artículos dada la riqueza simbólica de nuestro personaje, no sin antes recordar que de alguna forma su rostro sigue presentándose en diversas manifestaciones artísticas mucho más recientes, porque existe en él algo de imperecedero, baste recordar las representaciones manieristas de Arcimboldo, y su serie de rostros humanos creados con elementos vegetales, o mucho más recientemente las esculturas talladas en troncos de árboles de Paul Sivell.

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El árbol es representación de lo humano, pero es también imagen del cosmos. Quien piensa en un árbol, piensa en un universo, la simbología del árbol que se relaciona con la totalidad puede resultar intuitiva para cualquiera que se haya sentado bajo una copa frondosa en un día caluroso del verano o en una noche estrellada. La copa del árbol es asimilable a la cúpula celeste; ambas se extienden sobre los cuatro puntos cardinales y ambas parecen estar sujetas a un centro común. El árbol es por lo tanto un eje, un axis mundi que asegura el equilibrio del universo, una imagen de las poderosas relaciones que se establecen entre la tierra y el cielo. En la mitología nórdica es el fresno de Yggdrasil el árbol encargado de mantener unidos los mundos con sus raíces y ramas, su sombra es mucho más amplia que todo lo existente, dado que el mismo universo se cobija bajo ellas; en la tradición budista es el árbol de Boddhi, una especie de higuera, bajo la cual Buda obtiene la iluminación, la triada de las divinidades se hayan representadas en el árbol dado que sus raíces son Brhamā, su tronco es Shiva y sus ramas Vishnú; la Odisea por su parte nos evoca una conmovedora historia sobre el regreso de Ulises a su Ítaca natal; luego de sus extensos viajes en tierras muy lejanas, el héroe regresa al lecho conyugal que había sido construido en torno a un olivo ancestral, “un tronco de olivo, de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna”, encontrarse una vez más con el tronco de aquel árbol era el signo inequívoco del regreso, el final de sus recorridos por el mundo.

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Estamos tan ligados al mundo vegetal que no es de extrañar que la flora nos hable a través de sus múltiples símbolos. Un bosque mediterráneo, como es el caso de la Algaba, es un magnífico lugar para escuchar esos mensajes que no se han apagado con el correr del tiempo, un sitio idóneo para iniciar nuestro viaje hacia los profundos y reveladores significados del bosque y sus habitantes que iremos, para utilizar el símbolo del fruto coronado, desgranando poco a poco; iniciamos nuestro estudio con el rey indiscutible del paraje, un árbol investido con los atributos de la divinidad misma: La sagrada encina.


Miguel Ruiz Trigueros